Yolanda E. Arellano Carvajal | Memorias de exilio

Yolanda E. Arellano Carvajal | Luxemburgo



¿HAY EN SU CASA UN LUGAR QUE LE RECUERDE CHILE?

El Exilio y el olor a eucalipto No nace todo lo que debería nacer, no muere todo lo que debería morir, al contrario genera a cada instante, recuerdos. Limache agrícola, tierra de labranza. Recuerdo las plantaciones de tomates, de lechugas, de papas en las planicies y los limoneros y olivos subiendo por las laderas; arboledas de boldos, de aromos, arrayanes, por ahí un ciprés, unos álamos, un sauce llorón, cerros llenos de espinos junto y detrás de la casa; el árbol de olor del Paraíso para mí, el eucalipto en el portal y un bosque detrás de casa, olor que refrescaba los calores veraniegos y que hoy embriaga mi recuerdo. Gladiolos, claveles, rosas, cardenales, hortensias, geranios cerrando la redondez del estanque que regaba todo. En la punta de nuestro cerro, la antena orgullosa de nuestra Radio.

Recuerdo en el patio de casa ese horno de barro con calor sofocante por el humo, ese olor a pan amasado por mi madre, recién horneado en la mesa familiar, las tardes de onces, que compañeros de juegos adoraban compartir con nosotros. Sentir la mano de Mamá en cada uno de los ricos sándwiches, tortas, queques, nuestra boca chorreaba con los exquisitos postres hechos con la leche recién ordeñada de la lechería cercana.

Recuerdo las frentes desnudas de los cerros, verdes, azulados y cambiantes colores dependiendo de la luz del día y de las noches con pliegues gruesos y saliendo encantadoramente de las quebradas, detrás de los cerros, la luna que se anunciaba detrás del cerro La Campana, primero solo luz, luego un cachito para luego regalarnos con toda su redondez de luna llena, la luz, que iluminaba los campos labrados y sembrados. Campos que durante el día mirando al sol redondo sofocante que forja de cobre lo más íntimo y seca lo sembrado, un tronco viejo, una arista de roca, la ropa tendida, y encima de todo, sentía el aliento, la brisa del verano limachino cuando cae la tarde. Y entonces se percibe el grito interior sobrecogido: “¡Campo mío!” Como en esa tarde o una tarde cualquiera me vino el olor de los viejos campos de Los Leones, de Trinidad, de Líu-Llíu, a las viñas cercanas, el olor a uva, todo eso es el olor de mi casa familiar en la felicidad de los veranos de mi infancia y mi primera juventud.

Sentía todas las sensaciones olfativas y gustativas de mis recuerdos, el vaho de tierra áspera en mi nariz el olor intenso del verano limachino cuando cae la tarde. Veo el cielo estrellado de Limache, el más bello tapis que se haya jamás tejido.

Pero no pareciendo que “fuese ayer”, lo sentía tan presente y que cuando nos oprime la verdad del tiempo, la realidad, la fuerte realidad, trataba que mis recuerdos fueran más fuertes para enfrentar con más fuerza al alucinante país, “Luxemburgo”, la emoción de este ahora que se había instalado y mi nueva realidad de una adolescente sin raíces. ¿Cómo ser ahora? y ¿cómo seré?, nada hay que me ate a este lugar, a este país por el momento.

Luxemburgo, me da Libertad y Seguridad generosamente me dan la mano con la esperanza del retorno.

Me robaron mis olores, mis cerros, mis amigos, en fin, mi vida, Robaron, mi Limache por muchos años”… Exilio de aquel olor, de aquel paisaje y aquel aire que habías perdido, los has perdido y lo has perdido para siempre, de raíz y sin vuelta (reflexiones, Luxemburgo 1977).

Todos tenemos un olor que nos trae a la imaginación, a la memoria paisajes, personas, escenas, situaciones felices, dolorosas. El olor, como la música, es lo que más rápido mueve mis recuerdos. Los olores de mi niñez suelen ser los más melancólicos, de una inocencia perdida. El olor a tierra mojada en el invierno, a pan recién hecho y el olor a chimenea que es igual en todas partes. Durante todos estos años no ha faltado nunca en mi casa, el Vicks VapoRub, descubrí que con ese olor me sentía bien y me daba confianza, pues me recordaba mi infancia feliz.

En el exilio se engendran profundas preguntas respecto al destino, al motivo de la vida, la muerte, preguntas sin respuesta.

Ahora arrojada al mundo con la angustia eterna del volver empezar o seguir existiendo (Reflexiones, Luxemburgo 1977).

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