Valeria Matus | Memorias de exilio

Valeria Matus | Francia



¿QUÉ LE PRODUCE LA PALABRA “CHILE”?

Llegué a Francia a la edad de dos años en 1975. Me pusieron en el jardín infantil y no hablaba nada de francés. Todos los niños me conversaban y yo no entendía nada. A los pocos días, aprendí mis primeras palabras: “Comment tu t´appelles?” (“¿Cómo te llamas?”).

Desde entonces, la palabra Chile ha tenido siempre presencia en mi vida, con muchos matices que no han dejado de evolucionar con el tiempo y, finalmente, con el retorno. Cuando chica, significó una esperanza. Francia nos acogió con extraordinaria solidaridad y calidez. Sólo tengo buenos recuerdos de ese país y de su gente. Pero no era mi patria y lo supe desde muy pequeña. Tenía claro que yo venía de otro lugar donde se habían quedado mis abuelos, tíos y primos; pero sobre todo, Chile representaba la estabilidad de poder proyectarse y hacer planes de vida. Porque afuera, uno siempre se instalaba a medias, sin comprar muchas cosas, sin pensar en radicarse porque ante cualquier iniciativa, idea o mera fantasía, uno pensaba: “¿para qué?, si el otro año volvemos a Chile”. Y esa frase se repitió, en mi caso, doce años ante de que se hiciera realidad.

Sin embargo, el regreso fue difícil. El país era muy distinto a lo que me habían contado y vivía una situación complicada de término de dictadura que, como a los demás, nos afectó en todo sentido. Las dificultades cotidianas fueron superándose; unas más, otras menos. La adaptación también fue lográndose, en algunos aspectos más que en otros.

Pero hay un dolor que quedó  para siempre: el tener que continuar la vida con todos los seres queridos repartidos por el mundo. Porque con el paso del tiempo, las distintas necesidades de trabajo, los diferentes anhelos o resignaciones, la gente con la que uno creció, compartió esa larga espera por volver y creó los lazos más profundos de amistad y apoyo mutuo, se fue separando. Incluso muchas familias se desmembraron y cada integrante se instaló por su lado. Muchos terminaron teniendo padres y hermanos lejos unos de otros. Hubo que acostumbrarse a que la gente más cercana solamente se ve de cuando en cuando, una vez al año con suerte, cada cinco años, siete años o más incluso.

Chile es hoy en día por una parte el país real en el cual vivo: un país en gran medida destruido, profundamente dañado y demasiado ansioso. Pero también es, más que un lugar, un tiempo. Son esos breves momentos que ocurren cuando uno se encuentra con las personas con las que uno se comprende totalmente y con las que no hay que explicar nada porque vienen de la misma experiencia de desarraigo.

Chile terminó siendo un fenómeno muy paradójico en que uno se siente completamente cómodo, feliz  y en casa cuando justamente no se está ni feliz ni en casa. Cuando uno está o de visita o recibe una visita y tiene ese instante efímero de alegría de compartir que se aprovecha intensamente porque nunca sabemos cuándo vamos a encontrarnos de nuevo ni si vamos a encontrarnos de nuevo.

¿HAY EN SU CASA UN LUGAR QUE LE RECUERDE CHILE?

Sí, un poster de Quilapayún que dice justamente: “Chile”.  Aunque finalmente me quedé a vivir aquí, necesito siempre tener presente ese otro Chile que viví afuera.  Ese afiche siempre tendrá lugar especial en mi casa, donde sea que me encuentre.

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