Shaira Sepulveda Acevedo | Memorias de exilio

Shaira Sepulveda Acevedo | Francia



¿CÓMO FUE SU SALIDA DE CHILE?

Era invierno en 1975 en Santiago, yo estaba detenida por la dictadura en Tres Álamos.

Una tarde de lluvia, mi cuñado Raúl volvía desde Rungue (al norte de Tiltil) cuando ve en el camino a un señor que hacía señas, se detiene y este señor vestido de obscuro, que además iba con niños tenía su auto en panne y, con acento extranjero, le solicita que lo ayude pues su auto no funciona, mi cuñado abre el capó para ver el motor y percibe la batería con uno de los cables de los bornes roto. Lo arregla un  poco y el auto parte, pero le dice al señor que él lo seguirá por si vuelve a fallar. A la altura de Polpaico, efectivamente, el auto vuelve a detenerse y Raúl entonces decide meterse en serio a tratar de resolver de forma más definitiva el problema, sin ser mecánico, tenía algunos elementos necesarios. El auto vuelve a partir y el señor, que según mi cuñado le parecía un pastor protestante, insiste en pedirle sus datos, nombre y dirección. El viaje terminó sin más problemas y Raúl olvida el asunto.

Unos días más tarde llega a casa de mi hermana y cuñado un Citroen grande, según él, como los autos que usaba de Gaulle,  se baja el chofer y entrega un paquete y una tarjeta con logo de la embajada de Francia. Era cognac y puritos y la tarjeta expresaba su profundo agradecimiento, ofreciendo toda su ayuda para cualquier cosa que pudiera necesitar, firmada por el señor  de Lacoste  Primer Consejero de la embajada de Francia. Evidentemente la sorpresa fue mayúscula pues nunca se imaginó mi cuñado que había ayudado a un diplomático ni menos tan importante.

Pasa un tiempo y estando yo aún en Tres Álamos, recibo la orden de mi partido que, por razones de seguridad, debo tratar de salir del país y haga lo posible por conseguir visa hacia donde sea, cosa nada fácil pues mi familia y yo carecíamos de contactos.

De pronto mi cuñado se recuerda del suceso con el señor de Lacoste y encuentra la tarjeta. Parte a la embajada con ella, gracias a la cual, logra franquear la seguridad y hablar con la secretaria del personaje en cuestión quién finalmente lo recibe con mucha cordialidad de tal manera que, al explicarle la situación le da una acogida favorable, facilitada también por el nombre del abuelo materno de mi esposo (Rosset) quién era francés. Así obtuve mi visa a Francia.

Meses más tarde, el régimen libera a un grupo de presos políticos entre los cuales me encontraba yo y a través del ACNUR salimos hacia Francia. Aunque sabía que no podía vivir en Chile, la partida fue un desgarro inmenso, sin demostrar nada para no hacer sufrir aun más a mi familia.

Mi adaptación no fue tan fácil como la obtención de la visa. Pierdes  profesión, identidad y el idioma es una gran barrera pues te infantiliza, hablas como niño pequeño. Sin considerar además, el estado psicológico que significa, haber estado detenida, haber sido torturada, salir de prisión al exilio.

Llegué, junto a otros exiliados a Fontenay s/Bois a un foyer de curas obreros donde espero la llegada de mi esposo. Luego, France Terre d’Asile, decide enviarnos a Villers-le-Lac en el departamento del Doubs, a un Centro de vacaciones de invierno, como existían muchos en Francia, gestionado para vacaciones de trabajadores y sus familias. Era invierno, todo nevado y hermoso, con muchos bosques y cercano a centros de ski de Suiza. Nada de eso me interesaba pero dos cosas fueron importantes allí, comenzaron los cursos de idioma y llegaron franceses a pasar sus vacaciones de invierno, entre los cuales se encontraban los que serían nuestros grandes amigos y “protectores”,  Nuestro francés básico y el gran espíritu solidario de ellos permitió que nos entendiéramos y comenzáramos a desarrollar la amistad y el idioma.

Luego de pasar un año en lo que era la Unión Soviética, volvemos a París con la familia aumentada pues allá nació mi hijo mayor. Puedo decir que quizás lo más provechoso de mi estadía allá fue que a mi regreso hablaba de corrido el francés, sin importar mi acento. Frente al ruso, idioma imposible de entender, el francés me pareció una maravilla de accesibilidad. Rompí la barrera y la timidez de hablar mal.

Reinstalados, comencé a estudiar diferentes cosas, desde la Universidad hasta “stages” pagados por el Consejo General d’Ile de France, buscando algo que me permitiera trabajar pues mi título chileno de Médico Veterinario, no me servía de gran cosa, el Colegio de la Orden en Francia impedía a los extranjeros ejercer la profesión por lo que desistí de hacer la equivalencia que me significaba estudiar al menos 2 años sin luego poder trabajar.

Visto en el tiempo, esta etapa también fue provechosa, encontré amigos que mantengo hasta hoy, mejoré notoriamente mi nivel de francés, tanto hablado como escrito y aprendí  las bases de computación y secretariado Nació mi segundo hijo y por fin comienzo a trabajar. Esto me hace sentir integrada a la sociedad, una extranjera pero “normal”.

Durante todo este período, nunca dejé de realizar una actividad  política intensa, destinada a mantener y desarrollar la solidaridad con Chile y a reunir fondos para enviar a la resistencia del interior del país. Hacíamos cientos de empanadas para vender en diferentes ferias y en la Fête de l’Humanité, organizábamos fiestas a la chilena, con música latina y baile. Manteníamos reuniones con organizaciones francesas, analizábamos lo que pasaba en Chile pero también nos importaba la política francesa. Fue la época del triunfo de Francois Mitterand.

Creo que todo lo que cuento es lo que hacíamos la gran mayoría de los exiliados chilenos. Nos mantuvimos unidos a Chile pero también desarrollamos lazos fuertes y permanentes con amigos franceses. Aprendí a valorar y querer ese país que nos acogió;  mis hijos crecieron como cualquier niño de “banlieue”, con compañeros de diferentes estratos sociales y diferentes nacionalidades.

Sin embargo las penas y complicaciones no habían terminado, me separé y esto fue como siempre pasa, una hecatombe especialmente para los hijos, sobretodo sin familia alrededor de ellos (abuelos, tíos) que los apoyaran, tenían 12 y 9 años. Mi familia y su familia fueron nuestros amigos chilenos de la tour Z, Consuelo, Kela fueron un apoyo incondicional para ellos como para mí. Con alguna de ellas dejaba los hijos cuando salía fuera de París por el trabajo o si debía llegar tarde.

Otras amigas del barrio, chilenas y francesas también tuvieron  experiencias de separación en el mismo período, así como compañeros de colegio de los niños. Por eso decían mis hijos, estamos en los cursos que los papás se separan, eso los hacía sentirse más acompañados en sus penas creo yo.

Y llegó octubre 1988, gana el No a Pinochet en el plebiscito en Chile, se llama a elecciones libres y comienza el retorno.

Algunos de mis amigos y amigas comienzan a hacer sus maletas, yo no estaba segura de querer volver a ese país tan distinto del que había dejado, del que había conocido. No me imaginaba educar a mis hijos lejos de su padre y donde todo se pagaba, salud, colegios, universidad.

Pero, por otra parte, mis hijos se educaban en un colegio de los suburbios, ya tenían una edad complicada, yo no dominaba los vericuetos de la educación francesa. Sin embargo, lo más importante era decidir si quería yo envejecer y morir allí, sintiéndome extranjera, bien acogida pero con parte de mis pensamientos, de mi vida, en el otro país donde tenía mis raíces, donde se veía el sol en invierno, donde estaban mis padres que envejecían, mi hermana que me esperaba y mis amigos que ya habían partido y se instalaban.

El año 92 vengo a Chile a mirar, preguntar, averiguar, sacar cuentas y decido que, aunque difícil, no será peor que mi llegada a Francia. Si allí trabajé en cualquier cosa, pude adaptarme y vivir de manera decente, en mi país, con mi idioma materno y con más redes, tendré que lograrlo. Aunque ya estoy 17 años más vieja, aún tengo energías para emprender la aventura pero ahora yo decido, nadie me obliga.

El padre de mis hijos no estaba de acuerdo pero él ya había rehecho su vida y yo quería recomenzar la mía. Vendí mi auto y con ese dinero, con otros chilenos que retornaban, contratamos un contenedor de 32 metros cúbicos y ahí echamos nuestras pertenencias, todo lo que cupiera para no tener que comprarlo en Chile. En abril del 93 emprendo el retorno, mis hijos terminarán el año escolar y las vacaciones con su padre lo que permitirá organizarme en Chile antes de su llegada.

Por cierto que no fue fácil, especialmente por mis hijos que, aunque entraron al Liceo St Exupery (Alianza Francesa) echaban de menos su país y sus amigos, especialmente mi hijo mayor que tenía ya 15 años. Yo tampoco me acostumbraba a la mentalidad de la gente, a lo que se hablaba en la prensa, en la televisión, en la calle. Me quedaba con el saludo en los negocios y en el ascensor.

Sin embargo, los apoyos sicológicos a retornados, la familia y los nuevos amigos fueron dando frutos y re-armamos nuestra vida.

Como final puedo decir que aunque mi hijo mayor, una vez recibido su título de publicista retornó a Francia donde actualmente vive, no me arrepiento de la decisión tomada. Recuperé mi profesión, mis hijos son profesionales,  vivo rodeada de amigos (en su mayoría retornados de diferentes países) junto plata para viajar a Francia cada cierto tiempo y disfruto de mis amigos de allá, de no haber perdido el idioma y sobretodo de sentir que a pesar de lo sufrido y de los traumas del pasado, salimos ganando. Siento que tengo dos países entrañables, que tuve la suerte que mis hijos se educaran en escuelas públicas, gratuitas, laicas y en los principios franceses de igualdad, fraternidad y libertad pero no como un slogan sino profundamente y eso nos ha marcado para siempre

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