Ricardo Parvex | Memorias de exilio

Ricardo Parvex | Francia



¿Cómo fue su salida de Chile?

Fue en diciembre de 1975, días antes de navidad. A la salida del aeropuerto fui detenido porque existía dos órdenes de detención contra mi. Yo ya había estado preso y había sido liberado con la condición de salir del país, pero era la época pre-informática y no había computadores para verificar los nombres. Mientras los policías de Pudahuel llamaban a la central, que terminó por anular esas órdenes, el avión de la SAS no se movió de la pista. En esa época una de las formas en que los europeos practicaban la solidaridad con los chilenos era vigilar y testimoniar acerca de las detenciones y secuestros en los aeropuertos. Para partir no sabía como vestirme pues aquí era pleno verano y yo sabía que al llegar a Europa haría frío, mucho frío. Entonces llevaba en mis brazos poncho, abrigo y bufanda… Mi mujer y mi hijo se quedaron en Chile y sólo viajaron una semana más tarde.

¿Cuáles son las primeras impresiones de su llegada al nuevo país?

Diciembre, casi de noche, la ciudad de París estaba sumida en una especie de niebla triste y sin tiempo. Lo más difícil era la imposibilidad de comunicar y tener la impresión de no existir.

¿Qué le evoca el 11 de septiembre de 1973?

Eso es ayer. Es un día inmóvil en mi memoria. Alrededor el tiempo pasa y la vida se construye o deshilvana, pero ese día está allí plantado como una estaca dolorosa en medio de mi vida.

¿Cómo se comunicaba con su familia?

Por correo postal y cuando podíamos usar teléfonos públicos descompuestos que no tragaban monedas, por teléfono. La comunicación telefónica hace casi cuatro décadas era carísima y difícil. En ese tiempo releíamos las cartas hasta ajarlas y gastarlas entre las manos porque releerlas muchas veces era como seguir hablando con los seres queridos de quienes nos habían alejado. Después empezamos a enviar y a recibir cassettes. Entonces, oír de nuevo la voz de mi madre, de mis tíos, etc. fue una experiencia prodigiosa.

¿Cómo vivió el primer período en el nuevo país?

Con ganas de aprender el francés para explicar lo que pasaba en Chile. En esa época la opinión pública francesa se interesaba enormemente a lo que había ocurrido en Chile y ni siquiera necesitábamos hablar contra Pinochet y contra el Golpe pues en Francia esa gente era y sigue siendo sinónimo de abyección y muerte. Una pareja de franceses militantes del PSU, pequeño partido de izquierda francés, nos recibió en su casa y en ella destinaron gratuitamente un departamento para nosotros tres. Vivimos ahí durante 10 meses. Con el fin de aprender francés, con la madre de mis hijos decidimos tomar todos los cursos que pudiéramos. Teníamos 7 horas de cursos por día en dos lugares diferentes. Al cabo de unos pocos meses estábamos animando veladas solidarias y explicando lo que vivían nuestros compatriotas en Chile. El compartir una casa con una familia francesa que no hablaba ni una palabra de castellano nos sirvió mucho para aprender y practicar el francés. El espíritu de comunidad chilena era importante y entre nosotros nos dábamos datos de trabajos, de cursos de francés, de viviendas para arrendar, etc.

Transmisión de la memoria ¿En qué idioma le habla a sus hijos y nietos ?

Mi hijo mayor no tenía aún 3 años al llegar a París. Apenas comenzaba a hablar castellano. Cuando empezó a hablarnos en francés, por influencia natural de la escuela, nosotros le dijimos que en casa hablaríamos castellano. Pero no bastaba decirlo, había que enseñárselo. Cada vez que decía una palabra en francés nosotros se la repetíamos en castellano. Poco a poco fue construyendo un vocabulario y aprendiendo a dialogar en castellano. Los cuentos infantiles que habíamos traído de Chile se deshojaron de tanto ser leídos. Después teníamos libros de cuentos en francés, pero nos dábamos el trabajo de hacer una traducción simultanea para leérselos en español. Cuando nació el segundo, el castellano se había impuesto naturalmente (pero con disciplina y voluntad) como la lengua de la afección, del cariño y de la comunicación entre nosotros cuatro. Lo más importante era que los niños venían a Chile cada dos años a ver a sus abuelos maternos. Durante todas sus vacaciones sólo hablaban castellano con sus abuelos y por supuesto entre ellos. Los dos hermanos siempre se han hablado en castellano. Siempre, siempre…Aunque son bilingues. Ahora adultos y casados, ambos solo hablan en castellano a sus hijas y lo mismo hacemos los abuelos. Sus esposas hablan bastante bien el español, entre otras cosas porque han estado muchas veces en Chile.

Si ha vuelto a Chile ¿Cuál es su impresión del país?

Siempre he encontrado que este país se parece mucho al país de mi infancia, al país que tuve que dejar. Sin embargo, es otro país y no siempre me siento bien aquí…aunque la comida, los olores, los colores y los sonidos cada vez despiertan en mi los viejos recuerdos conservados desde la infancia. Eso es irreemplazable…

¿Hay en su casa un lugar que le recuerde Chile?

La biblioteca con Manuel Rojas, Neruda, Nicomedes Guzmán, Mariano Latorre, Blest Gana, Luis Durand, Olegario Lazo Baeza, etc. Todos ellos han venido a instalarse en este rincón de mi casa no lejos del Sena. También está la cocina con el ají de color, el trigo mote y el merken. Eso sin contar los dos clavos oxidados del ferrocarril de San Felipe a Los Andes que adornan un estante, clavos que recogí sobre la vía férrea abandonada a la desidia de la modernidad…

¿Qué le produce la palabra Chile?

Un dulce-amargo en el fondo del paladar. Pero me digo, ¿no es esa la esencia misma de la vida?

La «maleta chilena». Si va a Chile  ¿Que trae o qué encarga?

Libros clásicos como los citados, pero, también traigo nuevos autores. Por supuesto hay un lugar para la música, discos de los “Cuatro huasos” de Silvia Infanta y los Baqueanos, Illapu, Inti-illimani y Quilapayun, Por supuesto y algunos canta-autores modernos como Magdalena Mattei o García . ¡Infaltables, los últimos números de Condorito! Para la cocina traigo o encargo botellitas de ají, pisco, harina tostada…Pero sobre todo algo que, por ser considerado viejo, campechano y pasado de moda, está desapareciendo en Chile: EL CHARQUI

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