Oscar Ramón Cariaga | Memorias de exilio

Oscar Ramón Cariaga | Suiza



Pasaron después del golpe, algunos días de «estado de guerra», donde no se pudo salir de casa y empezaron a acontecer las cosas mas increíbles, como por ejemplo: muere el poeta Neruda, mi primera reacción era ir con mi familia al velorio, no se puede dejar ir un amigo sin darle el último saludo…Las calles estaban llenas de militares y carabineros. Preferí salir escondido de casa y arriesgar solo, tanto, me dije, la casa está en las faldas del San Cristóbal y por Bellavista, dista un par de kilómetros (me parecieron cien los kilómetros, por toda la dificultad que tuve para llegar) La casa, como la conocía antes, no era la misma, estaba hecha una barbaridad y quede aturdido, sin palabras! Los militares habían entrado y destruido un museo de obras únicas: gredas, telas, libros, artesanías y antigüedades, todo aquello de valor inestimable. La ignominia fue tanta, que hicieron pasar por el medio de la casa un riachuelo, con la clara intención de que naturaleza podría terminar completamente, con las pocas cosas que quedaron en pié y no me da vergüenza contarlo, porque ese día lloré, sí lloré como un niño, abrazado a otros amigos y compañeros  de tantas luchas, pues vimos tanta maldad y nuestra impotencia de no poder hacer algo!

Por otra parte (después de mi humano desahogo) pude entender que la naturaleza es belleza, la belleza es poesía y la poesía no muere nunca, menos la memoria del más grande de los poetas! Así también vi con otros ojos, las hermosas coronas de flores, que continuaban a llegar a cada momento y de todas partes del mundo; con tarjetas firmadas por Reyes, Presidentes, nobles personajes del arte y la cultura universal, eso me llevó ha comprender, que la ignorancia vestida con uniforme, no podrá nunca acabar con la inteligencia de los hombres y tampoco pueden las balas, parar los procesos sociales.

Solo en ese momento, comprendí el último discurso del Presidente

Allende: pensé que «mas temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre» y volví a casa lleno de confianza y orgulloso de saber que estábamos con las ideas justas!

Algunas semanas después del golpe, nos llamaron a Quimantú para pagarnos (dijeron los nuevos ejecutivos) es decir, recibiríamos la liquidación de despedida, yo estúpido, creyente y soñador…, digo feliz a mi esposa e hijita, voy a recibir el billete que nos falta para comer…,que va, cuando llegué a la empresa, habían publicado (al umbral de la entrada) una larga lista de nombres, los cuales tenían que «presentarse espontáneamente» al fiscal militar, instalado en el mismo edificio.

Sabíamos ya, lo que en esos días, había pasado con nuestros amigos del sindicato de la empresa: la mayor parte estaban detenidos y el resto desaparecidos.

Gracias, me dije, dando vuelta los tacos y me volví a casa sin liquidación, «mejor vivo y sin plata, que liquidado», dije a mi familia.

Y fue así que un mes después, los militares buscando a los que no se habían presentado al fiscal, entraron en el edificio (en calle

Bellavista) donde vivíamos y a los compañeros que encontraron (todos éramos de partidos de la izquierda, se entiende) se los llevaron y se quedaron esperando a los que no estábamos presentes (nosotros estábamos en la casa de los padres) después de rastrear la zona, decidieron una «ocupación militar» de todos los departamentos y no pudimos más entrar, ni siquiera retirar enseres.

Corrí de una parte a otra en Santiago y de una ciudad a otra (andábamos de tumbo en tumbo, como se dice) buscando día a día con amigos o algún familiar, algo que comer y un lugar donde pasar la noche: no era para mí (yo tenía bien clara la película, me hubiera ido en clandestinidad) sino que pensaba a mi esposa que tenía que dar a luz en Diciembre, según los cálculos que habíamos hecho y de mi hija pequeña. <Pensé…? Que culpa tenían ellas de mis siniestras ideas?

Y llegó el día 11.12.1973, recorrimos con mi esposa e hija, todo Santiago para llegar al único hospital que aceptaron a mi mujer para tener el hijo, fue el San Juan de Dios, de la Universidad de Chile, pues yo era estudiante del segundo año de esa Universidad y por ello hicieron una excepción y me dijeron que era solo por un día, en la noche ellos hacían nacer el hijo y al otro día yo tenía que ir a buscarlos, sino «los iban a botar a la calle».  Así nació Oscar junior.

La navidad de ese año 1973, fue la más triste que habíamos pasado en nuestras vidas, la pobreza fue total, no hablo de regalos, menos del arbolito, simplemente: nada para comer y tampoco un lugar seguro!

Fue, en esos días que salí a buscar un lugar donde poder mantener mi familia. Arriesgando cada día, pues la psicosis y el miedo colectivo, era tal, que hasta los mismos de la familia, te podían denunciar en cualquier momento.

Y busca que busca, un lugar seguro y cualquier trabajo, para dar de comer a mis hijos, pensé, año nuevo será mejor; por desgracia me encontré con uno de los tantos controles en Santiago y  fui detenido por carabineros, como tenía aun mi carnet de estudiante de la Universidad de Chile, en el retén me trataron bien, aparte algunos «pelados» que cada vez que pasaban por donde yo estaba, me amenazaban que de ese lugar, no saldría vivo por ser marxista. Por parte del oficial de turno, no dijo una palabra de mi persona y paternalista como quería aparecer, simplemente me informó, que yo no me quedaría en ese retén y que estaban esperando órdenes, para saber donde estaba destinado e incluso (seguramente me vio medio fúnebre) me dieron hasta una taza de café instantáneo (sin azúcar) Pasaron varias horas y llegó un camión militar a buscarme, lleno de otros compañeros(a ojo más de veinte y en fondo una mujer con la cabeza y vestidos llenos de

sangre)  pa’ callado me informaron que según uno que escuchó, parece que nos llevarían al estadio.

En el Nacional, nos hicieron bajar a todos, menos la mujer! Nos hicieron pasar uno a uno, en medio de dos filas (como cincuenta uniformados) que al pasar nos dieron golpes por todas partes, con la culata del fusil, con puños y patadas. Al final de esa fila india, estaba el puesto de guardia y un oficial, que viendo los documentos y echando mierdas, te

decía: vos pa’ya; vos pa’ca; estos se los llevan de inmediato pa’bajo a conversar y estos (habíamos quedado solo 5) a la cárcel de Mapocho.

Naturalmente, que tuvimos que volver a pasar entre las dos filas, con doble tratamiento de golpes.

Nos volvieron a subir al camión, bien adoloridos pero aún con vida. De lo poco que pudimos hablar (lo mas eran señas y miradas) me pude enterar que uno era profesor de Liceo, otro secretario de biblioteca, uno universitario allá Técnica y el otro estaba mudo como un pescado, la mujer estaba más muerta que viva y entendimos que solo quería agua.

A los 5 nos dejaron en la cárcel pública, en investigaciones, en un calabozo frio, húmedo y hediondez repugnante. Donde toda necesidad biológica (orinar, defecar,etc.) tenías que hacerlo en medio de los detenidos y sin reclamar.

Pasé en ese lugar solo un día, me pareció una semana, tan traumática fue esa experiencia.

En la madrugada del segundo día (ninguno de los compañeros tenía un reloj, pero hacían la rueda y todos contaban los segundos, para saber si era día, si era noche y que hora en ese momento) abren la puerta del calabozo y todos rezaban una oración (incluso los ateos) para que no les tocara a ellos, pues supe que aquellos que dejaron ese lugar, al otro día lo encontraban seco.

I me llaman con nombres y apellidos, me dije hasta aquí llegue y los otros que saludaban dándome la mano, abrazándome y diciendo animo compañero.

Me llevan a un lugar de interrogatorio, muy recebado (lo noté, porque ningún ruido se escuchaba de afuera y no tenía ese olor a putrefacción) El inspector de investigaciones, con mis documentos en su mano, me pregunta que cosas estaba haciendo y por que fui arrestado, una vez que le conté en breve mi historia y que fui detenido por un normal control, me informó que estoy en una lista, junto a otros 20 detenidos, que en la primera hora después del toque, nos viene a buscar la DINA (servicio especial de los militares) pero que el hombre me quiere ayudar, pues cuando del profundo Sur llegó a Santiago como estudiante de «Tira», unos

12 años antes (yo estaba tan chico que me no acordaba de él) la única persona que lo ayudo, con una cama y comida por unos días, en casa de Alvarez Condarco 919, fue Don Ramón (mi padre querido) Entonces, me explica, como a las 5 de la mañana, tengo la costumbre de fumar un cigarrillo en una puerta chica que da a la calle, tú apretáis cachete y si te matan es la «ley de fuga», si te va bien, voy a quedar muy contento y le das mis saludos a tu padre!

Corrí sin pensar en nada, oscuridad total, me encontré a unos 50 metros de distancia unos árboles (lo supe después de dar un cabezazo a uno bien

grande) alrededor de ellos, una zanja de desagüe, en medio me tiré y aunque no era tan hondo, me sentí con más seguridad y protegido, en esa hediondez de excrementos y orina de perro. Desde ese instante, las balas que se sentían a lo lejos y el potente faro, que iluminaba las calles desde el techo de la cárcel, no mi importaban en lo mas mínimo, por dos horas dentro la m…,pensé solo en mis padres y ver nuevamente a mis hijos.

Cuando escuché que los buses y micros, poco a poco empezaban a despertar al gran Santiago, mi corazón volvió a su ritmo normal y bueno les puedo contar, que del Mapocho a Las Industrias de San Miguel (casa de mis

padres) caminando y rapidito, saludando a todo el mundo,  me demoré 2 horas y media!

Desde ese momento, a través del párroco de la población, donde mi madre era catequista, me hicieron todos los contactos necesarios, para encontrar los representantes de la Vicaria de la Solidaridad y un grupo de personas de varias iglesias, que venían de Suiza, para ayudar con los documentos y pasajes necesarios para salir de Chile.

Todo salió bien y el día 22.02.1974, partí fuera del país, para iniciar una nueva aventura de vida.

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