Marco Barticevic Sapunar | Memorias de exilio

Marco Barticevic Sapunar | Yugoslavia



¿CUÁLES SON LAS PRIMERAS IMPRESIONES DE SU LLEGADA AL NUEVO PAÍS?

21 de junio de 1976

La temperatura en la losa del aeropuerto de Zagreb (entonces la capital de Croacia, una de las repúblicas que formaban la federación yugoslava) debía estar por vuelta de los treinta grados.

Los presos en Chile sabíamos que en casi todos los aeropuertos de Europa la llegada de un exiliado significaba que había un grupo de chilenos esperándolo a la salida de los trámites de inmigración, incluso algunos eran agasajados con pancartas de bienvenida.

No pretendía que esto último sucediese en Zagreb. Eso sí esperaba que algún funcionario estuviese a mi espera. Pero, ni lo uno ni lo otro. En el control de pasaporte, en un inglés muy rudimentario, dije que no tenía visa y que venía como refugiado. El policía no hizo ningún ademán especial, revisó el pasaporte, procedimiento que no era difícil porque sólo tenía el sello de salida de Chile, lo timbró y me hizo pasar.

Después, me dirigí a un funcionario tratando de repetirle lo mismo que había dicho en migración y me dijo que lo mejor era que tomase el autobús que estaba estacionado frente al edificio de la terminal del aeropuerto y que fuese hasta el terminal en el centro de la ciudad, ya que el edificio del Ministerio del Interior quedaba sólo unos pasos de allí.

Metí mi maleta y mi bolso en el compartimiento destinado al equipaje y subí al bus, extremadamente sudoroso, vestido con mi chaqueta y mi chaquetón y con treinta grados de temperatura ambiental. La gente me miraba extrañada por mis atuendos más propios de la época invernal que de un día de solsticio de verano.

Al llegar al terminal pregunté al conductor del autobús por el lugar que me habían señalado en el aeropuerto y para allá me dirigí. Llegué a eso de las dos y media de la tarde cuando ya pocos funcionarios quedan en cualquier oficina gubernamental del mundo y en eso los del Ministerio del Interior de Zagreb no eran una excepción.

Expliqué ya por tercera o cuarta vez el motivo de mi visita a la funcionaria que me atendió, pero me dijo que a esa hora ella no podía hacer nada. Que volviera al otro día en la mañana, que trataría de ubicar a los chilenos residentes para que se resolviese qué se podía hacer conmigo. Le dije que yo no tenía dinero para ir a ningún lado (lo que llevaba eran unos cien dólares, de los cuales ya había gastado dos para el autobús). Entonces me hizo un pequeño croquis en un papel y me indicó que fuese al refugio de la Cruz Roja, acto seguido llamó a una persona en ese lugar anunciando mi llegada para que me facilitaran pasar la noche en el recinto.

No era lejos como para tomar un taxi, pero tampoco era tan cerca teniendo en cuenta el peso de mis valijas, mi vestimenta y el calor que hacía. Tuve que pagar por adelantado el importe de la noche, algo así como un dólar y me mandaron a un dormitorio con camas para unas veinte personas, que a esa hora estaba vacío. Dejé mis cosas debajo de la cama, me saqué la chaqueta, el chaquetón y me tiré sobre la cama para tratar de organizar los pensamientos. Estaba cansado debido a los dos días de viaje, pero no conseguía cerrar ni siquiera un ojo.

Ya era entrada la tarde cuando comenzaron a llegar los otros inquilinos accidentales del dormitorio: vagabundos, algún alcohólico tarambana, tal vez algún extranjero que perdió todo en su viaje y tuvo que pedir auxilio a esta institución. Por seguridad, opté por meter mi pasaporte debajo de la almohada y tratar de cerrar los ojos para dormir. Pero, comenzaron las vueltas y vueltas en la cama. De seguro debo haber dormido algo, pero fue una de esas noches en que uno al levantarse en la mañana tiene la impresión de no haber dormido nada.

Johannesburgo, 11 de junio de 2014.

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