Mª José Cepeda Haro | Memorias de exilio

Mª José Cepeda Haro | Ecuador



¿CUÁLES SON LAS PRIMERAS IMPRESIONES DE SU LLEGADA AL NUEVO PAÍS?

Me llamo María José Cepeda, nací un 11 de septiembre de 1980, salimos exiliados en 1982, mi madre ecuatoriana mi padre clandestino en ese tiempo, salió unos meses después que nos fuimos, mi hermano mayor de 4 años y yo de 2, sin militancia política y con poca conciencia de lo que pasaba en Chile. Es decir que mi patria «madre» fue Ecuador es la primera conciencia que tengo de espacio físico geográfico, y social. allá éramos extranjeros, vivimos mucho tiempo en el campo, no solo en un lugar si no en varias partes,  mis compañeras de escuela terminaban el sexto básico y ahí salían a pastar ovejas, vacas o trabajar la tierra, eso ya os hacia diferenciarnos de los pares, nuestra obligación era seguir estudiando, así se intensificaba la diferencia y cuando volvimos también éramos extranjeros. En Ecuador nació una hermana menor, que como dijo la Isabel Parra, «aunque nació en otro lado sigue siendo chilenita»

En ecuador idealizamos una patria que no conocimos, cuando llegamos acá era muy diferente a lo evocado por nuestro padre. debíamos estar silenciados en la escuela del exilio, postulamos a volver en 1990 y recién pudimos llegar en 1992, el Chile del relato no existía era obscuro plomizo y asustadizo, nosotros llegábamos con cortes de pelo raro, palabras y entonaciones extrañas morenos y quemados por el sol, con vestimentas rojas, fucsias, que era imposible no distinguirnos de los que deseaban homogeneidad. Había que estar en la escuela silenciado en relación al exilio, con temor a que algo pasara, los profesores debían respetar nuestro conocimiento previo comprendiendo el retorno, no siempre pasaba, los profesores se molestaban por las evaluaciones diferenciadas, o algunos rojos o insuficientes por no comprender lo curricular escolares que a nuestra edad debiésemos haber sabido.

llegamos a un Chile que se deseaba blanquear a cada rato y olvidar las violaciones a los derechos humanos, escondiendo la ascendencia indígena y tratando de pasar desapercibido en la masa, escuchando discursos de los que vienen del exilio vienen con «billete», o que se acobardaron, como si fuesen unas vacaciones en que uno pudiese retomar una vida dejada por opción y no desde el despojo de la vida. Escuchando y viendo a los pares aquellos que habían vivido lo mismo que tu viviste como familia extendida, ya que al parecer a los otros no les gustaba que los exiliados los familiares de detenidos desaparecidos, los ejecutados, o los presos,  le recordasen la enorme tristeza del desarraigo.

Cuando llegamos mis compañeros de colegio tenían arraigo en la vida en el estadio de lo social, ellos se juntaban con compañeros que estuvieron juntos desde pre básica, o con los amigos del barrio, se acompañaron en crecer juntos se vieron desarrollarse, ser cómplices, nosotros los exiliados no los tuvimos, ya que no nos arraigamos nunca a ningún lugar (añorando el retorno), un par de años por Guano, un par de años por San Andrés, en Riobamba, o en Quito, además los amiguitos se hacían mujeres o hombres a muy corta edad, no tenían juguetes y las manos con yagas de trabajo campesino.

Retomando el retorno en un Chile muy extraño, que miraba a los afro descendiente, al pelo tieso, al moreno con rasgos indígenas, al diferente de pies a cabeza, mirando la rebeldía como ocio, haciendo callar lo que no quieren escuchar de la nostalgia de la no pertenencia, y el aplanamiento afectivo de los lazos sociales, relacionándose con el otro en el «aquí y el ahora» no trascendiendo, si te veo te amo y si no, no importa.

De los amigos que hice vuelta del exilio me quedara un par de ellos, algunos volvieron a su eterno exilio, Chile no nos acogió, nos eyectó de su útero como mal paridos, por ejemplo mis padres están jubilados y viven ahora en Ecuador, puesto que Chile no reparo su violación, y su pensión se comprenderá que no alcanzara para sobrevivir, yo vivo en el desierto de Atacama con suerte voy una vez al año a Santiago a ver a mis hermanos y un par de amigos.

Lo que me sentencio el exilio a vivir sin arraigo… y eso pesa en la historia del ser.

 

María José Cepeda

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