Leonor George-Nascimento | Memorias de exilio

Leonor George-Nascimento | Italia



¿CUÁLES SON LAS PRIMERAS IMPRESIONES DE TU LLEGADA AL NUEVO PAÍS?

Salí de Chile en enero de 1974 con destino Argentina para poder lo antes posible sacar a mi hijo que corría serio peligro al tener a su padre en la clandestinidad. Durante la época de universitaria fui de la dirección del comité local de las JJCC del Instituto Pedagógico de la U de Chile. Eramos 5 estudiantes que estábamos siempre juntos. Incluso me casé con uno de ellos más adelante. Una vez recibida de profesora de química trabajé en algunos colegios y al final en el Convenio CUT-UTE. Mis lecciones eran en Sindelén, Sumar y el Agua Potable. Una iniciativa maravillosa del gobierno de Salvador Allende el de llevar la educación escolar a las industrias y dar la oportunidad a los trabajadores a obtener títulos de estudio.

A los pocos días después del golpe mi hermana fue detenida, y estuvo presa un año. Yo salí de Chile sin asilarme en ninguna embajada porque quería volver lo antes posible y el asilo podía ser un motivo para atrasar la vuelta. En Argentina a los pocos días me di cuenta que había un fuerte olor a golpe y junto a una amiga tomamos un barco italiano para viajar hasta el primer puerto fuera de latinoamérica. Era Lisboa, Portugal. El pasaje lo pude comprar porque había vendido un refrigerador de mi casa y no recuerdo cuanto costó el refrigerador ni el pasaje. Cierto que era el pasaje mas barato, con la cabina compartida y ubicada encima de las máquinas de la nave. En la parada de Uruguay subieron un grupo de muchachos Tupamaros con los cuales tuve una linda amistad. Tomábamos mate todas las tardes y aprovechando la última pizza que ofrecía el barco antes de apagar las luces. En mi bolsillo tenía solo 6 dólares.

Después de varios días de viaje, con una tristeza infinita por haber dejado mi hijo con mi madre y no saber cuando iba a poder verlo nuevamente llegamos a Lisboa. El capitán del barco me llamó y me dice que no me dejaba bajar en Lisboa porque el gobierno portugués era tan peligroso como el de Pinochet y que estuviera tranquila porque mi pasaje estaba pagado hasta el final del viaje del barco. ¿Quién lo pagó? No me lo dijo y nunca lo supe. De ahí fue la duda donde podía bajarme. En Barcelona me pidieron los amigos Tupas que no bajara porque ellos bajaban allí y podía también ser peligroso. En Cannes, Francia no podía bajar porque no tenía la visa. El próximo puerto era Génova y era un día sábado. Pensándolo bien me convenía bajarme en Nápoles, el puerto siguiente al de Génova, porque así dormía una noche más en una cama y comía un día más.

Bajé en Napoles, siempre con mi amiga Lucy. Con los 6 dólares pude comprar el boleto de tren Nápoles-Roma. No conocía a nadie en Nápoles ni en Roma, pero Roma podía ser más fácil encontrar trabajo, idea que tenemos los chilenos que la capital es mejor para sobrevivir. El tren estaba repleto, gente de Nápoles y alrededores que volvía por trabajo a Roma. Viajé sentada encima de la maleta en la plataforma delante de los baños. Allí había gente que tampoco había encontrado asiento dentro del tren. Se hizo una conversación generalizada y después que pude hacerme entender (no hablaba italiano) pude responder que era chilena a las preguntas que me hacían mis compañeros de viaje en la plataforma. Pude decir que no sabía donde iba a ir ni que tampoco conocía a nadie. Viajaban allí dos muchachos, una niña y un muchacho, estudiantes universitarios que me ofreciero llevarme a su casa donde vivían varios estudiantes y había un muchacho español. Llegando a la estación en Roma nos bajamos todos y todos me saludaban y me abrazaban dándome papelitos, que cuando quedamos solos con los muchachos estudiantes me di cuenta que tenía en las manos papelitos con direcciones, nombres, números de teléfono y además dinero. No puedo decir cuánto porque no conocía la moneda ni su valor.

Esta niña italiana que me llevó a su casa me llevó a los pocos días a casa de amigos, estudiantes también, y allí conocí al que después de ayudarme a sobrevivir porque estaba muy mal  (no comía, estaba deprimida, quería a mi hijo) fue mi compañero. Antes de decidir ser su compañera buscaba trabajo, dónde vivir. Él me llevó a su casa, dormía en el subterráneo, sin que supiera su madre que yo estaba allí. En un momento tuve que dejar ese lugar y no me quedó otra cosa que, dejando la maleta que me acompañaba a todas partes en custodia en la estación, dormía en la estación, encima de cartones y acompañada por gente que no tenía casa pero si un gran sentido de solidaridad. Me cuidaban el puesto y cuando llegaba no me faltaba el pedazo de pan o una manzana que ellos me daban.

Encontré finalmente trabajo en la oficina del Chile Democrático, oficina central de solidaridad con Chile. Allí estaban todos los partidos de UP más el MIR. Yo tenía mi pasaporte chileno que finalmente estaba por vencer y tenía que renovarlo. El consulado chileno no me lo quiso renovar e incluso tuve que arrebatarle el documento al cónsul del momento porque aunque aun era válido por un par de días no me lo quería devolver.

El ex Embajador de Chile me dijo que podía ir al consulado de Chile en Milán donde el Cónsul era un italiano y allí seguro me podían dar el pasaporte. Así fue. Luego de  vencer por segunda vez no quisieron renovarlo y tuve que pedir el refugio al Alto Comisionado de las Naciones Unidas que me dio el refugio. En esos momentos ya había llegado mi hijo acompañado de mi madre que estuvo aquí 11 años y luego volvió a Chile. Mi hijo creció en Roma y es padre de una hija preciosa e inteligente.

Luego de algunos años del Chile Democrático pidieron una persona con título universitario y de idioma español en una oficina del Grupo ENI (Ente Nacional Hidrocarburos). Allí trabajé varios años al principio como trabajador independiente y luego con contrato. Tuve que dejar ese buen trabajo porque se venció el permiso de trabajo y al renovarlo me pidieron documentos de la oficina que no me pudieron dar porque eran muy importantes, pero si la Oficina Provincial de Trabajo pedía esos documentos de oficina a oficina no había problema mi oficina los enviaba… la respuesta de ellos fue… “No nos interesa pedir  documentos. No los pediremos” Resultado de esto tuve que dejar el trabajo para evitar ser licenciada.

El pueblo italiano fue en esa época muy solidario con los chilenos; las instituciones no. Siguió mi búsqueda de trabajo. Ya vivía con mi compañero y una hija nacida en ese tiempo. Un día recibo una citación de la policía. Fui donde un señor que trabajaba en la misma oficina y que se ocupaba de los extranjeros que trabajaban allí. Le dije que esa citación de la policía era el “foglio di via” (orden de abandonar el país). Tenía en ese momento el trabajo con contrato a tiempo indeterminado, una hija y un compañero que había hecho un documento diciendo que se hacía cargo de mi. Este señor no podía creer, porque eso eran cosas del tiempo de Mussolini. En la Comisaría donde me acompañó y me dejó esperando afuera le dijeron que efectivamente era el “foglio di via” o sea me echaban del país. Finalmente eso se arregló.

Así ha continuado mi vida, buscando trabajo hasta que me decidí a trabajar por mi cuenta, sin oficina, enseño informática, arreglo computadores, realizo sitios web, etc. Nunca dejé de trabajar en cualquier cosa, siempre ganando el mínimo indispensable y a veces no. Aún trabajo y no me he olvidado nunca que soy chilena, mis hijos hablan todos castellano, tienen el pasaporte chileno y se consideran chilenas aunque han vivido aquí toda su vida.

Participo en acciones democráticas desde Italia en defensa de la democracia y del pueblo mapuche. Mi sueño es volver a Chile con hijos y nietos… tal vez es pedir demasiado.

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