Juan H. Vera | Memorias de exilio

Juan H. Vera | Canada



Me ha tomado mucho tiempo juntar el valor de ponerme a escribir un par de páginas con mis memorias del exilio. Tenía como buena excusa que el teclado de mi computador de mesa no tiene acentos ni letra ñ. Pero hoy mi esposa Polonesa decidió a que era mi deber ayudar con unas pocas memorias a este esfuerzo de un grupo de estudiantes chilenos y me instaló las herramientas para usar mi teclado con todos estos símbolos. Eso sí, que este ejercicio es casi tan penoso como el exilio mismo. Además de obligarme a revivir memorias difíciles, cada vez que necesito poner un acento tengo que dejar de escribir e ir en busca del símbolo correspondiente. Mientras tenga este sistema en uso en mi computador, no puedo usar el teclado en inglés para ningún otro propósito porque éste ha perdido toda su capacidad de corrección gramatical en ese idioma. Adicionalmente, siento que mi ortografía en castellano ya no es la misma que tuve hace ya 40 años, y esto agrava el problema. Así es que serán sólo un par de páginas aunque mis memorias darían para unos cuantos libros.

Comienzo por el principio. El día 11 de Septiembre de 1973 fui al Campus de la Universidad Técnica del Estado (UTE), en Santiago, vestido elegantemente porque en mi calidad de Decano de la Facultad de Ingeniería estaba invitado a ocupar un lugar en el proscenio donde el Presidente Allende se dirigiría a la Nación. Esa ceremonia, en que se dice que el Presidente anunciaría un plebiscito para decidir la situación del país, nunca llegó a realizarse. A medio día, desde el preciso lugar del proscenio, vimos a los aviones de la FACH bombardear el Palacio de La Moneda. Siguió una situación de caos. Regresé a la UTE unos días después y como vi que los equipos de laboratorio estaban siendo robados por el lumpen, fui al Cuartel de Carabineros de Calle Ecuador a dar cuenta. Pero, a metros antes de llegar, comenzaron a dispararme directamente al cuerpo. Estoy convencido de que la intención era solo de asustarme, lo que consiguieron. Porque si hubieran disparado a matar, yo no estaría escribiendo estas líneas ahora. Recuerdo claramente el zumbido de las balas pasando a centímetros de mis orejas.

Pasó un tiempo y después de un par de meses desempleado, acepté una invitación de los colegas de la Universidad F. Santa María y me trasladé a Valparaíso. Ahí, entre buenos amigos, ocurrió el incidente que me decidió a salir al exilio. Un día fui un poco tarde a los comedores al medio día. Antes de llegar, vi que las puertas estaban cerradas. Al poco rato, llegaron camiones con marinos armados y se llevaron a más de cien profesores y estudiantes, que habían llegado a la hora de almorzar. Supe después que un profesor reclamó por la calidad de la comida y de la cocina salió un grupo de marinos armados, el oficial a cargo abofeteó al profesor, cerraron las puertas y esperaron por los camiones. En los días que siguieron, poco a poco, los detenidos fueron reapareciendo. Y algunos nunca reaparecieron. Esto me hizo pensar que yo muy probablemente hubiera estado en este último grupo y que, como tenía una familia que alimentar sin ninguna otra fuente de ingreso, era tiempo para desaparecer. Fue una decisión difícil pero, al fin, partí a Canadá con mi mujer y mis dos hijos. Como nunca pertenecí a ningún partido político, hasta el día de hoy me clasifico no como un exiliado político sino como un como un exiliado intelectual. Eso sí, que si hubiera sido un intelectual de derecha, o quizás hasta de centro, nunca me hubiera exiliado. Muy probablemente, todavía estaría en Chile sin haber vivido estos tiempos difíciles.

Llegamos a Canadá, mi mujer de entonces y yo, con dos hijos de 10 y 12 años, y dos maletas con ropa. De ahí partimos hacia una nueva vida. Poner los niños en un colegio protestante que nos quedaba cerca del departamento que habíamos arrendado. Esto no fue fácil porque en el formulario de entrada a Canadá habíamos puesto que la Religión en Chile era Católica. Tuve que hablar con el Obispo para que nos autorizara a cambiar de colegio.

Mis clases en ‘McGill University’, donde había logrado un contrato por un año como Asociado de Investigación y ‘Lecturer’, comenzaron un mes después de nuestra llegada. Lo que no me dio mucho tiempo para preparar notas y estudiar el material. Los cinco años siguientes fueron una pesadilla. Después de un año, se abrió un concurso para Profesor Asociado. Al cual postulé y finalmente gané el concurso. No quiero ni acordarme de los tiempos que siguieron en que en cada semestre tuve que preparar un nuevo curso y que, en cada año, tuve que postular para fondos de investigación para poder pagar a mis estudiantes de postgrado. Sin saber si iba a poder pagar los sueldos al año siguiente. Fueron muchas noches sin dormir, muchos fines de semana trabajando hasta altas horas de la madrugada para tratar de tener publicaciones que mostraran nuestro trabajo y me aseguraran fondos e investigación. Después vino la etapa de postular a la permanencia como Profesor (tenure). Esta es una prueba difícil y al fin la superé. Después vino la promoción, o no, a Profesor Titular. O la tienes o te vas! También la pasé. A todo esto, mi esposa Chilena decidió que ya había tenido bastante y no necesitaba más penurias.  Después de otros dos años de vida solo en un pequeño departamento cerca de la universidad, encontré a mi segunda esposa, una dama de Polonia y juntos tuvimos nuestro hijo que hoy es un Ingeniero Mecánico, recibido en McGill University  y trabaja en Paris. Francia. Mis dos hijos mayores están, uno en California, Doctorado y trabajando USA para NASA y el menor, Ingeniero Eléctrico de recibido en McGill University, trabajando en una empresa privada en Vancouver.

El exilio no ha sido fácil y quizás yo soy una persona muy diferente a la que hubiera querido ser en Chile.

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