Jaime A. L. León Cuadra | Memorias de exilio

Jaime A. L. León Cuadra | Canada



SI HA VUELTO A CHILE, ¿CUÁL ES SU IMPRESIÓN DEL PAÍS?

PRIMER RETORNO DE VIAJE (DOBLE EXILIO)

En medio del desorden me distraje en mil y un pensamientos.

Me llevaban de paseo, pero mi caminar, necesariamente, era otro. Iría acompañado de mis familiares, que habían esperado tanto tiempo aquella visita, desde que los dejara en 1975.

Mis manos, sin embargo,  estarían prendadas a toda una amapola de recuerdos.

Antes de partir definitivamente, siguió una última inspección preventiva al vehículo que nos llevaría por cerros y montañas de mi inolvidable tierra. Se llenó el estanque y ya perdí en realidad el sentido de los gastos compartidos.

La verdad ya nada debía tener importancia. Estaba respirando mi tierra y sus recuerdos, esos, mis sagrados recuerdos, que me cubrían de una febrilidad desconocida hasta allí. Entre irritado y tranquilo, sin embargo, un desasosiego se me escapaba por todos mis costados; en mi delirio conté hasta seis lados. Parecía que hasta la suela de mis zapatos me prometía rememorar aquellas sensaciones que me han acompañado a lo largo de mi «voluntario» exilio.

Destino, para ellos, algún lugar en el Sur, adornado de sus playas y sus campos, sus aromas de jardines y sus mercados, para mí, otro era el sabor que me esperaba.

Olores de tierra dulce
Procesión de cerros y montañas
Olor a playas
Ojos de mar
Sabor a vino
Gusto a sal.

Una mano de mujer dibujó los contornos de mi angustia, suavizando, como una lámpara, la oscuridad de mi soledad y mi travesía. No supe que nombre ponerle, imaginariamente la llamé «ma fille».

Me parecía extraordinario ir cruzando esos parajes entre la algarabía creciente de mis familiares y mis intrincados sueños. Mis últimos amores, habían desecho la cortina de esas ilusiones que nacieron en mi tierra.

La lengua de Molière, con su sensual entonación me hizo abrazar mis nuevos «souvenirs», que hoy paseaba por antiguos recuerdos.

Como previsto, la Lan Rover luego de cinco horas de ruta, se detuvo en el acostumbrado restorán en el que me ofrecieron, con gran alegría, una cazuela de ave. ¿Cómo decirles que las costumbres

cambian y que es necesario irse ambientando poco a poco a las ya más cercanas. Al mediodía, no me apetecía en absoluto un caldo caliente y aceitoso, hubiere preferido, sin lugar a dudas, una fruta, qué sé yo, un melón, una sandía, como otrora, en esos exquisitos calores camino al norte del país, sin embargo, el humeante plato me rememoró con exquisita claridad, algún tiempo ido.

Sentí que querían liberar las manos de mis «souvenirs» de esa tierra de nieve y frío que había dejado atrás.

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