Alejandra Rojas del Canto | Memorias de exilio

Alejandra Rojas del Canto | Inglaterra



¿CÓMO FUE SU SALIDA DE CHILE?

Mi padre fue detenido por funcionarios de la DINA el 13 de Junio de 1975. Ingresó el 19 del mismo mes a Tres Álamos, de ahí pasó el 11 de Julio al campo de concentración de Ritoque, más tarde, el 15 de Octubre fue trasladado a Puchuncaví. Durante toda su permanencia en estos centros de reclusión no se le formularon cargos de ninguna especie.

Tenía  siete años cuando partimos al exilio, el 16 de Junio de 1976. Sentí alivio cuando nos contaron que nos íbamos a ir de Chile, a pesar de la pena por dejar a mis abuelos. No tengo muchos recuerdos de ese día, salvo la foto que vi años después. El avión hizo varias paradas, pero la única que recuerdo fue en Dakar, la capital de Senegal. Nos bajamos del avión y caminamos por la pista hasta llegar al edificio del aeropuerto. Había varios africanos vendiendo collares y artesanías. Fue la primera vez que veía pieles negras, mi hermana menor pensó que un hombre era una estatua y lo tocó, el se dio vuelta y río mientras nosotras huíamos.

Al llegar a Inglaterra nos esperaban amigos de mi padre que habían salido al exilio algunos años antes. Llegamos a Oxford donde vivimos unos meses en el primer piso de una casa que pertenecía a una iglesia o al vicario de una iglesia del barrio.  En el segundo piso vivía una pareja de viejitos ingleses. Detrás de la casa había un patio con una pandereta, y saltando la pandereta llegábamos a un cementerio, un espacio lleno de magia y oscuridad, nos encantaba ir a las tumbas a robar las piedrecitas que colocaban encima, piedras de colores que después intercambiábamos entre nosotras. Mi primer colegio fue St. Cristopher’s Primary School, el director de la escuela era un caballero gordo con la cara rosada y siempre sonriente, era muy cálido para ser inglés y recuerdo que siempre me trataba con mucha ternura y se preocupaba por mí. A veces iba a la sala a ver cómo iba progresando en este nuevo mundo e idioma.  Después de un año nos mudamos a Cardiff, la capital de Gales, una ciudad industrial y bastante pobre comparada con Oxford. Ahí vivimos en un barrio llamado Pentwyn, con casitas idénticas unas a otras. Mi vida era bastante tranquila y lo pasaba bien, pero veía como mis padres esperaban volver en cualquier momento a Chile. Por lo mismo todos los fines de semana salíamos a pasear para conocer lo más posible antes de volver a Chile. Pero pasaban los años y eso se veía cada vez más lejano. Llegaban las noticias a través de Radio Moscú, las reuniones de chilenos a las que íbamos, la revista araucaria. A los 7 años sabía que en mi país se torturaba, se hacía desaparecer gente, se ejecutaban a personas que luchaban por sus ideas.

Nuestro exilio luego nos llevó a Botswana, en el sur de África. Ahí se me abrió un mundo diverso, colorido, salí de la oscuridad de esos barrios Ingleses sin mucho futuro a los cielos y la vastedad del desierto del Kalahari, rodeada de un paisaje prístino donde se siente el nacimiento de la humanidad. Además estábamos muy cerca de Sudáfrica, cuando aún estaba preso Nelson Mandela y la lucha contra el apartheid estaba en sus puntos más álgidos. El ejemplo y la nobleza del pueblo sudafricano y su lucha despertaron las ganas de volver a mi país. Decidí volver a Chile luego de terminar la Enseñanza Media. Estudié, participé en el movimiento por recuperar la democracia en mi país, viajé mucho hasta finalmente llegar al Valle del Elqui a formar familia y un hogar con mi compañero y nuestros hijos. Me da mucha alegría el arraigo que mis hijos tienen con su amado Valle, algo que yo nunca tuve y que quizás nunca tendré. Se sienten parte de este territorio, y van forjando su identidad a partir de ese arraigo y esa seguridad que da el sentir que uno pertenece. Escribo este testimonio para ellos, para Gala y Román, porque es parte de nuestra memoria familiar, y de nuestra memoria como país.

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