Daniela Álvarez Borlando | Memorias de exilio

Daniela Álvarez Borlando | España



¿CÓMO FUE SU SALIDA DE CHILE?

Estaba terminando el verano, yo tenía 6 años y vivía entre juegos y silencios, siempre con el miedo a que pudiera suceder algo terrible sin saber exactamente el qué.

Las semanas anteriores todo había sido bastante confuso, no paraba de entrar gente a la casa, escuchaba alguna discusión, veía a mi mama estresada, mi hermana lloró más de una vez esa semana. Escuché la palabra «España» por primera vez, y por aquel entonces no sabía que significaba un país, para mí solo era el nombre del lugar al que nos íbamos en unos días, nunca pensé en que era un sitio al que íbamos para no volver.

Aquel sábado quedó grabado en mi memoria para siempre, hacía sol y yo no entendí bien lo que pasaba hasta que llego la noche y vi la casa vacía, durante todo el día se lleno de gente, amigos, vecinos, familiares, todo estaba a la venta, todo tenía un precio. Me habían dejado separar una cajita con algunos juguetes la noche anterior, eso era lo único que podía llevarme en el avión y como yo era chica me dediqué a jugar, correr entre la gente, esconderme, espiar, así durante todo el día, vi a la gente irse con la losa, los libros, cojines, cuadros, sillas, plantas, poco a poco la casa se fue quedando sin nada, recuerdo que aún colgaban mis cortinas de Snoopy en la pieza, ya no había cama y los estantes quedaron sin libros.

A los pocos días de camino al aeropuerto, nos pararon los hombres de verde, esos que tanto miedo me dieron durante años posteriores también, silencio en el auto, papeles, puede seguir, seguimos, la guata apretada.

En la despedida todos lloraban, mi hermana no venía con nosotros, tenía que terminar primero medio y en unos meses ya podría viajar, todo eran abrazos, llantos, risas nerviosas, silencios, miradas, angustias.

Hay fotos donde me veo sonreír a la cámara, y creo recordar que me sentía excitada por coger por primera vez un avión, por no saber cómo iba a ser el lugar nuevo, por no entender lo que significaba realmente aquella despedida. Mi abuela lloró al apretarme fuerte entre sus brazos, me dijo “te voy a escribir mijita, aunque odie mi letra te voy a escribir para que sepas siempre de tus abuelos”.

Me dejé besar y abrazar muchas veces ese día, recuerdo el abrazo con mi hermana porque sentí un nudo en la guata de que ella no viniera con nosotros, meses después lloraría su ausencia todas las noches desde mi nueva cama.

Una vez dentro del avión, sentada no podía dejar de mirar por la ventana, recuerdo algunos pensamientos pese a lo chica que era, porque coger ese avión marcó el resto de mi vida, hasta hoy me imagino cómo habría sido la vida que nunca pude tener allá.

Los nervios en el ombligo estuvieron hasta aterrizar en la nueva ciudad, y al ir en auto hacia el que sería mi nuevo hogar, ahí recién empecé a entender lo que era irse a otro país, y empezó ese dolor entre el ombligo y la garganta, una especie de punzada que duraría años. Todos los domingos me agarraba fuerte, me sacaba lagrimas y me dejaba en silencio durante algunas horas. Finalmente al crecer comprendí que lo que yo tenia era una nostalgia profunda llamada Chile.

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